Encuentros Internacionales Ecosocialistas en Argentina
Por Vanessa Dourado y Germán Bernasconi
Extractivismo con cruces con la teoría de la dependencia
América Latina y el Caribe conforman un continente rico desde casi todo punto de vista, menos en las condiciones de vida de la mayoría de su clase trabajadora. Esta afirmación no intenta borrar las diferencias sustanciales entre realidades nacionales y regionales, sino enfatizar que existe un patrón común que se ha reactualizado a lo largo de los siglos. Y en el centro de esta realidad conviven dos hechos: prolíficos bienes comunes naturales (suelos fértiles, grandes cantidades de minerales e hidrocarburos, amplios territorios llenos de alimentos y reservas de agua dulce) y, por otro lado, la dependencia económica, técnica y política del Norte Global desarrollada desde la conquista y colonización europea en adelante, aun luego de las trascendentes gestas independentistas de inicios del siglo XIX.
El horror de la conquista y colonización a favor de las potencias europeas dio paso a una inserción dependiente del continente en el mercado mundial desde mediados del siglo XIX. América Latina y el Caribe fue relegada, en la división internacional del trabajo, a un rol subordinado de proveedor de materias primas para las necesidades demográficas y técnicas de la Segunda Revolución Industrial. A esta matriz productiva impuesta a los pueblos y aceptada por las nacientes clases dominantes locales, se le impuso un relato político e histórico que situaba al desarrollo capitalista mundial como una locomotora imparable de desarrollo y progreso que garantizaría la solución del conjunto de los problemas tradicionales. de las sociedades precapitalistas (como las crisis de escasez) y la elevación de las condiciones de vida de toda la sociedad, con independencia de la clase (pero no de la raza y el género).
La ilusión del progreso indefinido, quizás el primer tecno-optimismo asumido a nivel social, encontró su rápido final en las trincheras de la Primera Guerra Mundial. La utilización masiva de recursos para la destrucción humana dio lugar a un cuestionamiento del capitalismo que resultó en oleadas revolucionarias, en distintos lugares del mundo, como Rusia o México. Sin embargo, la posguerra y la crisis de 1930 refuerzan las estructuras económicas y nuestro continente continúa en su lugar subordinado y dependiente.
Luego de la derrota de los fascismos guerreristas europeos, los “años dorados” del capitalismo significaron la continuidad del modelo de dominación centrado en la lógica extractivista impuesta por el Norte Global. Las diversas luchas sociales y políticas pudieron cambiar, a nivel nacional, los modelos de acumulación y dar mayor captura de excedentes económicos, así como nuevos derechos sociales y políticos de importancia, pero no romper con el ya mencionado lugar en la división internacional del trabajo. La derrota de las alternativas revolucionarias durante los años 60 y 70, con la excepción de Cuba, terminaron de someter, por vía de dictaduras y luego de reformas neoliberales, a proveer al capital de todo aquello que su voracidad reclamaba. En esos mismos años comienzan a surgir, cada vez más insistentemente, voces que alertaban sobre los peligros de sostener este modelo de producción, distribución y consumo por sus graves efectos a mediano y largo plazo sobre el clima. Vale decir que esto no era potestad únicamente del mundo capitalista, sino que la Unión Soviética también confluyó en una lógica productivista. Sin embargo, aquí no corresponde la equivalencia total. Mientras que la lógica capitalista continuaba profundizando las diferencias entre las clases y el hambre y la guerra eran un paisaje común, la lógica soviética de satisfacción de las necesidades básicas de la población marca un punto distintivo. De todos modos, ambos modelos no podían ofrecer una visión de futuro que no estuviera marcada por la crisis climática generada por el accionar humano.
El diagnostico de una inminente crisis climática que perjudicaría a miles de millones de seres humanos (así como las ganancias de capitalistas y la misma supervivencia del capitalismo tal cual lo conocemos) inició movimientos dentro de las propias elites capitalistas. Si el extractivismo clásico fue siempre el rostro del capitalismo neocolonial, al cual se enfrentaron los pueblos de América Latina y el Caribe en busca de su emancipación, se estaba pergeñando un nuevo proyecto a instancias de la crisis climática y de un naciente y creciente movimiento ecologista que, cada vez, cuestionaba más el orden productivo: el capitalismo verde nacía como respuesta de las clases dominantes. Y la dominación neocolonial se vestía de verde para reafirmar el lugar de América Latina y el Caribe en la división internacional del trabajo. Si antes debíamos ser productores de materias primas para el “desarrollo”, ahora debemos serlo para “cambiar algo sin que cambie mucho”. El capitalismo verde centra la cuestión en la emisión de CO2 y la matriz energética, sin modificar las grandes líneas de los patrones de producción, distribución y consumo -que raciona desde una perspectiva de crecimiento infinito frente a recursos finitos y no renovables-, y tampoco las lógicas de acumulación de capital.
La irrupción del movimiento ecologista, sin embargo, pone en pie de lucha a amplios sectores de la población, que ya sienten fuertemente los impactos de la crisis ambiental generada por el capitalismo. Pero los desafíos del movimiento son amplios y diversos: la escala planetaria de la crisis, su razón sistémica y el avance sin parar hacía el límite físico de la regeneración del sistema Tierra nos hacen asumir una visión ecosocialista.
El ecosocialismo es hoy la alternativa que puede ofrecer un cambio sistémico que reorganice la sociedad en función de sus necesidades y no de la ganancia de algunas decenas de millas miles de personas que explotan la riqueza colectiva. Una política ecosocialista no solo contempla las diversas medidas urgentes que deben tomarse para combatir la crisis ecológica en curso, sino al mismo tiempo elevar la realidad de vida de miles de millones de personas que hoy se encuentran fuera de las condiciones mínimas para llevar una vida digna. No existe posibilidad de una vida digna sin una redistribución de la riqueza entre el Norte y el Sur Global, sin el fin de la opulencia del consumo de las élites de cada país. Asimismo, es necesario pensar la sociedad frente a la crisis civilizatoria, desde una mirada crítica que cuestione las relaciones entre el ser humano y la naturaleza, y entre el capital y la vida.
Es por ello, que construimos el VI Encuentro Ecosocialista Internacional en Buenos Aires, para poder estructurar alianzas internacionales entre los territorios y pueblos en lucha, las organizaciones ambientales, sociales, políticas, comunicacionales que tenemos una genuina preocupación por la continuidad de una vida digna de ser vivida.
Por tal motivo, tenemos, en simultáneo, una preocupación trascendente por lograr que la problemática de la crisis climática logre articular de manera transversal, focalizando las miradas eco-feministas, eco-sindicalistas y la grave realidad del racismo ambiental y sus consecuencias.
¡Las y los esperamos en Buenos Aires el 9, 10 y 11 de mayo!